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— Yo tampoco. Pero..., perdone si la pregunta es un poco indiscreta:
¿Tiene usted algún amigo... íntimo?
— No, ¿por qué?
El inspector se había adentrado un poco en la casa y desde el pasillo miró
discretamente hacia la cocina. En una mesa pequena había dos platos y dos
vasos. Le contestó un poco distraido, hablando muy despacio:
— No, es que alguien ha visto, por la noche, a un hombre que paseaba con
un perro como el suyo. Y aquí en el pueblo no hay muchos... ¿Me permite? —
el inspector señaló con el dedo el piso de arriba de la casa y empezó a subir por
las escaleras.
— No faltaba más. Pero la policía ya ha estado aquí una vez y ha mirado
toda la casa — dijo María Magdalena. Hablaba nerviosa, en voz alta. Casi
gritaba.
Ya estaban en el piso de arriba. Había una gran sala rodeada de librerías. El
inspector Vera gritó:
— ¡¡Fuego!! ¡¡Fueeegoooo!!!¡¡Hay fuego en la casa!!!
Una de las librerías se movió. Se abrió como una puerta. Era una puerta
secreta. Detrás apareció, pálido, Ignacio Carvajal.
En la comisaría, después, Carvajal confesó la verdad: Tenía problemas
económicos. Tenía un buen seguro y había pensado cobrar el dinero por su
«muerte». Podía aprovechar la habitación secreta que había en su casa. Pensaba
esconderse un tiempo. Luego podrían irse a vivir a Paraguay, donde vivía un
hermano suyo. Primero habían pensado simular un accidente con el coche. Pero
cuando ella oyó que el señor Pascual había muerto, cambiaron de idea. El señor
Pascual iba siempre a pescar por la noche y no hablaba nunca con nadie.
Además, precisamente hacía unos días, había perdido su mochila e Ignacio le
había dejado la suya. No podía fallar...
— Pero falló, querido amigo — le dijo el inspector Vera —. Yo empecé a
sospechar de su esposa cuando ella llegó a la playa. Nosotros todavía
— Yo tampoco. Pero..., perdone si la pregunta es un poco indiscreta: ¿Tiene usted algún amigo... íntimo? — No, ¿por qué? El inspector se había adentrado un poco en la casa y desde el pasillo miró discretamente hacia la cocina. En una mesa pequena había dos platos y dos vasos. Le contestó un poco distraido, hablando muy despacio: — No, es que alguien ha visto, por la noche, a un hombre que paseaba con un perro como el suyo. Y aquí en el pueblo no hay muchos... ¿Me permite? — el inspector señaló con el dedo el piso de arriba de la casa y empezó a subir por las escaleras. — No faltaba más. Pero la policía ya ha estado aquí una vez y ha mirado toda la casa — dijo María Magdalena. Hablaba nerviosa, en voz alta. Casi gritaba. Ya estaban en el piso de arriba. Había una gran sala rodeada de librerías. El inspector Vera gritó: — ¡¡Fuego!! ¡¡Fueeegoooo!!!¡¡Hay fuego en la casa!!! Una de las librerías se movió. Se abrió como una puerta. Era una puerta secreta. Detrás apareció, pálido, Ignacio Carvajal. En la comisaría, después, Carvajal confesó la verdad: Tenía problemas económicos. Tenía un buen seguro y había pensado cobrar el dinero por su «muerte». Podía aprovechar la habitación secreta que había en su casa. Pensaba esconderse un tiempo. Luego podrían irse a vivir a Paraguay, donde vivía un hermano suyo. Primero habían pensado simular un accidente con el coche. Pero cuando ella oyó que el señor Pascual había muerto, cambiaron de idea. El señor Pascual iba siempre a pescar por la noche y no hablaba nunca con nadie. Además, precisamente hacía unos días, había perdido su mochila e Ignacio le había dejado la suya. No podía fallar... — Pero falló, querido amigo — le dijo el inspector Vera —. Yo empecé a sospechar de su esposa cuando ella llegó a la playa. Nosotros todavía 58
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