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— Por cierto, dentro de dos horas llegan los hombre de Bilbao con la
máquina de tío José. ¿Qué haremos? — pregunta Roberto, el padre.
— No sé. Es una máquina muy grande y aquí no va a caber —dice la madre.
— Podemos llevarla a la casa de campo — dice Ana —. Allí hay mucho
espacio. Cuando llegue el camión yo iré con ellos al campo.
La familia Gallo vive en Sevilla. Han heredado una máquina para fabricar
botones, de un pariente que vivía en Bilbao y que murió hace unas semanas.
Roberto había visto la máquina una vez, hace muchos años, cuando visitó a
su tío en Bilbao. Ahora no tiene interés en dedicarse a fabricar botones. Quizás
podrá vender la máquina o si no, podrá aprovechar algunas piezas y, desde
luego, el motor, que funciona con gasolina.
A el y a su hija Ana les encanta la mecánica. Se pasan el día montando y
desmontando máquinas. Compran lavadoras, máquinas de fregar platos e
incluso ordenadores de segunda mano, los arreglan y luego los venden. A veces
resultan máquinas de formas muy extrañas porque con dos máquinas viejas que
no funcionan, pueden hacer una que funciona. O con una máquina de lavar ropa
y una nevera pueden hacer una máquina de lavar platos, aunque no es seguro
que funcione. Es igual, porque para ellos es un «hobby».
Al día siguiente Ana va a la casa de campo. Llega el camión, descarga el
contenedor con las piezas y Ana empieza a montar la máquina. Se pone
nerviosa porque no encuentra el libro de instrucciones. Hay solamente algunos
dibujos incompletos y algunas instrucciones sueltas: «Conecte el enchufe»,
«Introduzca la tarjeta verde en la ranura», «Pulse el interruptor», «Pulse el
botón marcado con la letra A», «Tire de la palanca hacia abajo»...
Ana es enérgica e impaciente. No puede esperar y monta la máquina. Llama
varias veces a su padre por telefono para consultar algunos detalles.
Dos días más tarde, el domingo después de comer, Roberto va a la casa de
campo. Cuando llega, Ana está acabando el trabajo con la máquina. Esta
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sudando y va llena de grasa por todo el cuerpo.
— Por cierto, dentro de dos horas llegan los hombre de Bilbao con la máquina de tío José. ¿Qué haremos? — pregunta Roberto, el padre. — No sé. Es una máquina muy grande y aquí no va a caber —dice la madre. — Podemos llevarla a la casa de campo — dice Ana —. Allí hay mucho espacio. Cuando llegue el camión yo iré con ellos al campo. La familia Gallo vive en Sevilla. Han heredado una máquina para fabricar botones, de un pariente que vivía en Bilbao y que murió hace unas semanas. Roberto había visto la máquina una vez, hace muchos años, cuando visitó a su tío en Bilbao. Ahora no tiene interés en dedicarse a fabricar botones. Quizás podrá vender la máquina o si no, podrá aprovechar algunas piezas y, desde luego, el motor, que funciona con gasolina. A el y a su hija Ana les encanta la mecánica. Se pasan el día montando y desmontando máquinas. Compran lavadoras, máquinas de fregar platos e incluso ordenadores de segunda mano, los arreglan y luego los venden. A veces resultan máquinas de formas muy extrañas porque con dos máquinas viejas que no funcionan, pueden hacer una que funciona. O con una máquina de lavar ropa y una nevera pueden hacer una máquina de lavar platos, aunque no es seguro que funcione. Es igual, porque para ellos es un «hobby». Al día siguiente Ana va a la casa de campo. Llega el camión, descarga el contenedor con las piezas y Ana empieza a montar la máquina. Se pone nerviosa porque no encuentra el libro de instrucciones. Hay solamente algunos dibujos incompletos y algunas instrucciones sueltas: «Conecte el enchufe», «Introduzca la tarjeta verde en la ranura», «Pulse el interruptor», «Pulse el botón marcado con la letra A», «Tire de la palanca hacia abajo»... Ana es enérgica e impaciente. No puede esperar y monta la máquina. Llama varias veces a su padre por telefono para consultar algunos detalles. Dos días más tarde, el domingo después de comer, Roberto va a la casa de campo. Cuando llega, Ana está acabando el trabajo con la máquina. Esta1 sudando y va llena de grasa por todo el cuerpo. 74
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