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10. ... subir de un piso a otro?
11. ...conservar los alimentos a menos de 0°C?
12. ... hacer una foto a los amigos?
19. RECUERDOS DEL PARAGUAY
El Gran Café está en un precioso edificio de principios de siglo, en la Plaza
Mayor.
Parece que Carlos Pinazo, un viejecito de ojos vivos, lo ha estudiado todo
muy bien. Después de comer, antes de la siesta, se sienta en uno de los sillones
del café y hojea el ABC, como ha hecho siempre desde que llegó de América
con su padre, hace exactamente cuarenta y cinco años. Parece que elige aquel
sitio porque los forasteros que entran en el Gran Café por vez primera, después
de dar unos pasos indecisos, acaban sentandose a su lado. Cuando esto ocurre,
todos saben que Carlos Pinazo está contento y que empezará a contar la historia
de su tío abuelo, que fue enviado como misionero a la selva paraguaya, en 1876,
para cristianizar a una tribu indígena.
Aquel mediodía se sentó a su lado una joven estudiante. Pocos minutos
después, el viejecito ya le estaba contando a la forastera la historia de su tío
abuelo, acompañando sus palabras de rápidos gestos.
Su tío abuelo estuvo con los indios payaguá, una tribu del pueblo guaicurú,
que vivía de la pesca a orillas del río Paraguay. Al anochecer, los jóvenes salían
a pescar en pequeñas canoas y los viejos se quedaban a orillas del río. Se
desnudaban, se pintaban el cuerpo con extraños colores, se colocaban horribles
máscaras y adoraban a la luna. Parecían demonios. A pesar de esto — el
viejecito hablaba con entusiasmo, como si contara la historia por primera vez —
aquellos indios eran pacíficos. Mi tío abuelo les enseñó algunas oraciones
cristianas. Al año siguiente estaba todo ya preparado para el bautismo, pero
entonces ocurrió aquello...
La forastera seguía con atención las palabras del viejecito.
10. ... subir de un piso a otro? 11. ...conservar los alimentos a menos de 0°C? 12. ... hacer una foto a los amigos? 19. RECUERDOS DEL PARAGUAY El Gran Café está en un precioso edificio de principios de siglo, en la Plaza Mayor. Parece que Carlos Pinazo, un viejecito de ojos vivos, lo ha estudiado todo muy bien. Después de comer, antes de la siesta, se sienta en uno de los sillones del café y hojea el ABC, como ha hecho siempre desde que llegó de América con su padre, hace exactamente cuarenta y cinco años. Parece que elige aquel sitio porque los forasteros que entran en el Gran Café por vez primera, después de dar unos pasos indecisos, acaban sentandose a su lado. Cuando esto ocurre, todos saben que Carlos Pinazo está contento y que empezará a contar la historia de su tío abuelo, que fue enviado como misionero a la selva paraguaya, en 1876, para cristianizar a una tribu indígena. Aquel mediodía se sentó a su lado una joven estudiante. Pocos minutos después, el viejecito ya le estaba contando a la forastera la historia de su tío abuelo, acompañando sus palabras de rápidos gestos. Su tío abuelo estuvo con los indios payaguá, una tribu del pueblo guaicurú, que vivía de la pesca a orillas del río Paraguay. Al anochecer, los jóvenes salían a pescar en pequeñas canoas y los viejos se quedaban a orillas del río. Se desnudaban, se pintaban el cuerpo con extraños colores, se colocaban horribles máscaras y adoraban a la luna. Parecían demonios. A pesar de esto — el viejecito hablaba con entusiasmo, como si contara la historia por primera vez — aquellos indios eran pacíficos. Mi tío abuelo les enseñó algunas oraciones cristianas. Al año siguiente estaba todo ya preparado para el bautismo, pero entonces ocurrió aquello... La forastera seguía con atención las palabras del viejecito. 77
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