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Venus del espejo (1649-1650)
Celebrar la belleza del cuerpo femenino en la representación de la
desnudez era en el país de la Inquisición una empresa tan poco común como
audaz. Sin embargo, Velázquez pintó numerosos desnudos femeninos, en los
que sin embargo se sirvió del circunloquio mitológico. De estos cuadros de
Venus solamente se ha conservado el que se exhibe en Londres.
Independientemente de las representaciones italianas de la Venus desnuda
yacente, Velázquez ha llenado de vida el viejo tema de manera tan directa y
palpable, que con su Venus logró "el más acabado desnudo del siglo XVII".
La increiblemente fina y graciosa figura descansa sobre una cama que se
levanta en una de sus extremos. Ante un cortinaje rojo carmín está arrodillado
ante Venus un alado cupido. Sostiene un espejo, en el que el rostro de la bella
aparece demasiado indeterminado para identificarlo. En medio de colores fríos
brilla el maravilloso desnudo en tonos cálidos, que sólo vuelven a aparecer en el
encarnado del cupido. La delicada piel aparece en muy eficaz contraste con la
cobija de seda de color gris.
Las Hilanderas o la Fábula de Aracné (1657)
Una vez más Velázquez trata un asunto mitológico como si de un
tema de género se tratase, aproximando el mito a la realidad cotidiana. En la
fábula de Aracné se trata, siguiendo la narración de Ovidio en su Metamorfosis,
de la disputa de Palas Atenea, diosa que presedía las artes y los oficios, con
Aracné, afamada tejedora de Lidía. Velázquez en esta obra ha dispuesto en una
sola escena, diversos momentos de la narración si bien todo está unido
visualmente por la entonación armónica y por la luz. La composición está
dividida en dos planos, reservándose el inmediato al espectador a las figuras a
contraluz, ya que la iluminación penetra por la abertura del mundo del fondo,
estancia en la que se desarrolla el segundo episodio de la narración. En este
primer plano se representa el taller en donde las obreras preparan lo necesario
para la ejecución de los tapices. En dos diagonales contrapuestos se situan las
dos protogonistas formando cada una de ellas junto con otras dos mujeres dos
grupos contrapuestos y compensados; es rico el juego de diagonales y escorzos.
La rueda girando a tal velocidad que no permite apreciar los radios, permite
captar la inmediatez del momento representado.
En el centro y como transición al segundo plano, una mujer, a contraluz,
se agacha a recoger un objeto. Al fondo, en el centro del lienzo, tiene lugar el
desenlace: la diosa Palas levanta su brazo mientras contempla el tapiz elaborado
por Aracné, que representa el rapto de Europa por Júpiter, inspirado
remotamente en el original de Tiziano. Es en este momento cuando Atenea
convertirá a la tejedora en araña. La técnica de Velázquez llega aquí a su
máximo esplendor y plenitud, en cuanto a la utilización de una pincelada
14 Venus del espejo (1649-1650) Celebrar la belleza del cuerpo femenino en la representación de la desnudez era en el país de la Inquisición una empresa tan poco común como audaz. Sin embargo, Velázquez pintó numerosos desnudos femeninos, en los que sin embargo se sirvió del circunloquio mitológico. De estos cuadros de Venus solamente se ha conservado el que se exhibe en Londres. Independientemente de las representaciones italianas de la Venus desnuda yacente, Velázquez ha llenado de vida el viejo tema de manera tan directa y palpable, que con su Venus logró "el más acabado desnudo del siglo XVII". La increiblemente fina y graciosa figura descansa sobre una cama que se levanta en una de sus extremos. Ante un cortinaje rojo carmín está arrodillado ante Venus un alado cupido. Sostiene un espejo, en el que el rostro de la bella aparece demasiado indeterminado para identificarlo. En medio de colores fríos brilla el maravilloso desnudo en tonos cálidos, que sólo vuelven a aparecer en el encarnado del cupido. La delicada piel aparece en muy eficaz contraste con la cobija de seda de color gris. Las Hilanderas o la Fábula de Aracné (1657) Una vez más Velázquez trata un asunto mitológico como si de un tema de género se tratase, aproximando el mito a la realidad cotidiana. En la fábula de Aracné se trata, siguiendo la narración de Ovidio en su Metamorfosis, de la disputa de Palas Atenea, diosa que presedía las artes y los oficios, con Aracné, afamada tejedora de Lidía. Velázquez en esta obra ha dispuesto en una sola escena, diversos momentos de la narración si bien todo está unido visualmente por la entonación armónica y por la luz. La composición está dividida en dos planos, reservándose el inmediato al espectador a las figuras a contraluz, ya que la iluminación penetra por la abertura del mundo del fondo, estancia en la que se desarrolla el segundo episodio de la narración. En este primer plano se representa el taller en donde las obreras preparan lo necesario para la ejecución de los tapices. En dos diagonales contrapuestos se situan las dos protogonistas formando cada una de ellas junto con otras dos mujeres dos grupos contrapuestos y compensados; es rico el juego de diagonales y escorzos. La rueda girando a tal velocidad que no permite apreciar los radios, permite captar la inmediatez del momento representado. En el centro y como transición al segundo plano, una mujer, a contraluz, se agacha a recoger un objeto. Al fondo, en el centro del lienzo, tiene lugar el desenlace: la diosa Palas levanta su brazo mientras contempla el tapiz elaborado por Aracné, que representa el rapto de Europa por Júpiter, inspirado remotamente en el original de Tiziano. Es en este momento cuando Atenea convertirá a la tejedora en araña. La técnica de Velázquez llega aquí a su máximo esplendor y plenitud, en cuanto a la utilización de una pincelada