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— No, no — contesta Emilio Melón —, era un pequeño Volkswagen de
color verde oscuro. El ciclista iba todo lleno de sangre y una mano estaba
separada del cuerpo. Fue terrible.
— Pues, usted, ¿no denunció el caso a la policía? — pregunta Amancio.
— No, mire, es que...
— Ya entiendo, venía usted del restaurante... Había bebido algo más de la
cuenta... — dice el detective.
— Eso es. Bueno, pues esta mañana, a eso de las nueve, ha venido uno de los
estudiantes a mi casa. Yo le he dado algo de dinero para los gastos que tenga el
ciclista y, bueno.... a mí me hubiera gustado ir al hospital y hablar con él...
— ¿Y por qué no lo hace? — pregunta Amancio.
— Es que no me quiere ver. Y yo lo comprendo. El estudiante no me ha
querido decir en que hospital está.
— Comprendo — le interrumpe el detective —. Dice usted que eran estudiantes de
Medicina... Mmm... ¿Por qué no llamaron a una ambulancia? Y usted quiere que yo...
— Pues, sí, que me ayude a buscar el hospital.
— ¿El hospital?.. — El detective le mira distraído —. Mire usted, vaya a
descansar. Vuelva a verme esta tarde. Vamos a ver... ¿Le va bien a las ocho?
Venga a las ocho.
Amancio Prades despide bruscamente al senor y sale de la oficina.
Por la tarde, a las ocho en punto, llega Emilio Melón.
— Siéntese, por favor — le dice Amancio —. Tengo buenas noticias para usted.
— ¿Si? ¿Ya sabe usted en qué hospital está el ciclista?
— Mire usted, no ha ingresado ningún ciclista en ningún hospital, ni ayer
por la noche ni esta manaña.
— ¿Se ha muerto? ¡Dios mío! ¡Qué problema!
— Tambien yo he pensado eso, pero la policia no ha encontrado ningún
cadaver. No. Es otra cosa. He estado en la calle que usted me dijo, la calle
Montevideo, y no habia ni una gota de sangre.
— No, no — contesta Emilio Melón —, era un pequeño Volkswagen de color verde oscuro. El ciclista iba todo lleno de sangre y una mano estaba separada del cuerpo. Fue terrible. — Pues, usted, ¿no denunció el caso a la policía? — pregunta Amancio. — No, mire, es que... — Ya entiendo, venía usted del restaurante... Había bebido algo más de la cuenta... — dice el detective. — Eso es. Bueno, pues esta mañana, a eso de las nueve, ha venido uno de los estudiantes a mi casa. Yo le he dado algo de dinero para los gastos que tenga el ciclista y, bueno.... a mí me hubiera gustado ir al hospital y hablar con él... — ¿Y por qué no lo hace? — pregunta Amancio. — Es que no me quiere ver. Y yo lo comprendo. El estudiante no me ha querido decir en que hospital está. — Comprendo — le interrumpe el detective —. Dice usted que eran estudiantes de Medicina... Mmm... ¿Por qué no llamaron a una ambulancia? Y usted quiere que yo... — Pues, sí, que me ayude a buscar el hospital. — ¿El hospital?.. — El detective le mira distraído —. Mire usted, vaya a descansar. Vuelva a verme esta tarde. Vamos a ver... ¿Le va bien a las ocho? Venga a las ocho. Amancio Prades despide bruscamente al senor y sale de la oficina. Por la tarde, a las ocho en punto, llega Emilio Melón. — Siéntese, por favor — le dice Amancio —. Tengo buenas noticias para usted. — ¿Si? ¿Ya sabe usted en qué hospital está el ciclista? — Mire usted, no ha ingresado ningún ciclista en ningún hospital, ni ayer por la noche ni esta manaña. — ¿Se ha muerto? ¡Dios mío! ¡Qué problema! — Tambien yo he pensado eso, pero la policia no ha encontrado ningún cadaver. No. Es otra cosa. He estado en la calle que usted me dijo, la calle Montevideo, y no habia ni una gota de sangre. 11
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