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Adolfo es alto y fuerte. Es de esas personas que se pasan el día en el gimnasio
haciendo músculos. Me imagino que debe tomar anabolizantes o pastillas de esas.
Tiene el cabello rubio y rizado y le gusta ser el centro de atención. Nieves le
miraba embelesada y todo lo que el decía le parecía interesante.
— ¡Cuántas cosas sabes, Adolfo! Tienes una respuesta para todo — decía,
mirándole con admiración.
Yo me consumía de celos, pero disimulaba. No quería hacer el ridículo. Si
él lo notaba, iba a ser peor para mí.
En su tiempo libre Adolfo se dedicaba a amaestrar perros y tenía unos
cachorros para vender.
— ¿No os gustaría tener uno? —nos preguntó —. Un perro hace
compañía. Además — dijo señalando a su perro que seguía inmóvil debajo del
árbol —, éste es el padre y es muy inteligente. Es un perro de raza pura.
— En la ciudad los perros lo pasan muy mal — dije, intentando parecer
mas humano que él. Quería ofenderle pero no encontraba las palabras para
hacerlo. Él me miraba con una sonrisa.
— Granada no es una gran ciudad como Madrid o Barcelona —
contestó —. ¿No te gustaría, Nieves? Yo te puedo ayudar a amaestrar el
cachorro. Es muy fácil. Los perros, si uno sabe educarlos, hacen siempre lo que
su dueño quiere.
— Pero los pastores alemanes son peligrosos — le dije.
— No, si se les educa bien. Todo depende de la habilidad de su dueño —
contestó.
— Sí, sí — dijo Nieves —, me gustaría tener uno.
Era la hora de ir a cenar. Nos empezamos a despedir. Adolfo llamó al perro,
pero éste no se movió. Adolfo levantó la mano y le gritó: ¡Ven aquí, Roky! De
pronto se oyó un ruido ronco, un ladrido feroz y el perro saltó con furia sobre
Adolfo. ¡Sobre su dueño! Tenía los dientes largos y afilados. Le dió un mordisco
feroz, que le arrancó medio pantalón y le dejó el trasero desnudo y ensangrentado.
Adolfo es alto y fuerte. Es de esas personas que se pasan el día en el gimnasio haciendo músculos. Me imagino que debe tomar anabolizantes o pastillas de esas. Tiene el cabello rubio y rizado y le gusta ser el centro de atención. Nieves le miraba embelesada y todo lo que el decía le parecía interesante. — ¡Cuántas cosas sabes, Adolfo! Tienes una respuesta para todo — decía, mirándole con admiración. Yo me consumía de celos, pero disimulaba. No quería hacer el ridículo. Si él lo notaba, iba a ser peor para mí. En su tiempo libre Adolfo se dedicaba a amaestrar perros y tenía unos cachorros para vender. — ¿No os gustaría tener uno? —nos preguntó —. Un perro hace compañía. Además — dijo señalando a su perro que seguía inmóvil debajo del árbol —, éste es el padre y es muy inteligente. Es un perro de raza pura. — En la ciudad los perros lo pasan muy mal — dije, intentando parecer mas humano que él. Quería ofenderle pero no encontraba las palabras para hacerlo. Él me miraba con una sonrisa. — Granada no es una gran ciudad como Madrid o Barcelona — contestó —. ¿No te gustaría, Nieves? Yo te puedo ayudar a amaestrar el cachorro. Es muy fácil. Los perros, si uno sabe educarlos, hacen siempre lo que su dueño quiere. — Pero los pastores alemanes son peligrosos — le dije. — No, si se les educa bien. Todo depende de la habilidad de su dueño — contestó. — Sí, sí — dijo Nieves —, me gustaría tener uno. Era la hora de ir a cenar. Nos empezamos a despedir. Adolfo llamó al perro, pero éste no se movió. Adolfo levantó la mano y le gritó: ¡Ven aquí, Roky! De pronto se oyó un ruido ronco, un ladrido feroz y el perro saltó con furia sobre Adolfo. ¡Sobre su dueño! Tenía los dientes largos y afilados. Le dió un mordisco feroz, que le arrancó medio pantalón y le dejó el trasero desnudo y ensangrentado. 29
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