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20. EN EL TREN MADRID-SEVILLA 
Estábamos en el expreso Madrid-Sevilla. Yo estaba sentado junto a la 
ventanilla. Enfrente de  mí, una señora de edad, muy elegante, se quitaba las 
joyas y las metía en un gran bolso de piel de cocodrilo. Nos dijo que viajaba con 
nosotros, en segunda clase; porque no  había podido conseguir un billete de 
primera. 
Al lado derecho de la señora  había un señor de mediana edad, 
correctamente vestido, con traje azul y corbata. 
A mi derecha iba un joven con la cabeza rapada, que llevaba botas 
militares, pantalones y chaqueta de cuero negros.  Sacó  un enorme puro y lo 
encendió. 
La mujer que iba enfrente de mí le dijo al joven: 
— Oiga, ¿por qué no se va a fumar al pasillo? 
—  Señora, estamos en un compartimento de fumadores  —le  contestó  él, 
muy tranquilo. 
— El tiene razón, señora — dije yo. 
La señora y el joven se insultaron. Los demás no decíamos nada. 
El señor del traje azul se levantó, abrió una enorme maleta que había arriba 
en la rejilla, sacó un neceser, y se volvió a sentar. Puso el neceser a su lado y 
sacó de su interior un paquete de pañuelos de papel. 
Yo miré hacia la rejilla. Había quedado fuera de la maleta parte de uno de 
los tirantes que sirven para sujetar la ropa, y la hebilla que había en su extremo 
golpeaba la maleta cada vez que el tren hacía un movimiento brusco. 
El tren entró en un tunel, pero las luces no se encendieron. En la oscuridad 
alguien abrió la ventanilla. 
Cuando el tren salió del túnel la señora que estaba enfrente de mí gritó: 
—¡Mi bolso! ¿Dónde está mi bolso? 
Todos nos volvimos hacia ella y seguimos su mirada: primero miramos a su 
lado derecho, donde había estado el bolso antes de entrar en el túnel, luego al 
    20. EN EL TREN MADRID-SEVILLA
    Estábamos en el expreso Madrid-Sevilla. Yo estaba sentado junto a la
ventanilla. Enfrente de mí, una señora de edad, muy elegante, se quitaba las
joyas y las metía en un gran bolso de piel de cocodrilo. Nos dijo que viajaba con
nosotros, en segunda clase; porque no había podido conseguir un billete de
primera.
    Al lado derecho de la señora había un señor de mediana edad,
correctamente vestido, con traje azul y corbata.
    A mi derecha iba un joven con la cabeza rapada, que llevaba botas
militares, pantalones y chaqueta de cuero negros. Sacó un enorme puro y lo
encendió.
    La mujer que iba enfrente de mí le dijo al joven:
    — Oiga, ¿por qué no se va a fumar al pasillo?
    — Señora, estamos en un compartimento de fumadores —le contestó él,
muy tranquilo.
    — El tiene razón, señora — dije yo.
    La señora y el joven se insultaron. Los demás no decíamos nada.
    El señor del traje azul se levantó, abrió una enorme maleta que había arriba
en la rejilla, sacó un neceser, y se volvió a sentar. Puso el neceser a su lado y
sacó de su interior un paquete de pañuelos de papel.
    Yo miré hacia la rejilla. Había quedado fuera de la maleta parte de uno de
los tirantes que sirven para sujetar la ropa, y la hebilla que había en su extremo
golpeaba la maleta cada vez que el tren hacía un movimiento brusco.
    El tren entró en un tunel, pero las luces no se encendieron. En la oscuridad
alguien abrió la ventanilla.
    Cuando el tren salió del túnel la señora que estaba enfrente de mí gritó:
    —¡Mi bolso! ¿Dónde está mi bolso?
    Todos nos volvimos hacia ella y seguimos su mirada: primero miramos a su
lado derecho, donde había estado el bolso antes de entrar en el túnel, luego al
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