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22
a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó.
¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor!
Y de los labios de todos sale la misma razón:
"¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!"
4
[Nadie hospeda al Cid. Sólo una niñ a le dirige la palabra para
mandarle alejarse. El Cid se ve obligado a acampar fuera de la
población, en la glera]
De grado le albergarían, pero ninguna lo osaba,
que a Ruy Díaz de Vivar le tiene el rey mucha saña.
La noche pasada a Burgos llevaron una real carta
con severas prevenciones y fuertemente sellada
mandando que a Mío Cid nadie le diese posada,
que si alguno se la da sepa lo que le esperaba:
sus haberes perdería, más los ojos de la cara,
y además se perdería salvación de cuerpo y alma.
Gran dolor tienen en Burgos; todas las gentes cristianas
de Mío Cid se escondían: no pueden decirle nada.
Se dirige Mío Cid adonde siempre paraba;
Cuando a la puerta llegó se la encuentra bien cerrada.
Por miedo del rey Alfonso acordaron los de casa
que como el Cid no la rompa no se la abrirán por nada.
La gente de Mío Cid a grandes voces llamaba,
los de dentro no querían contestar una palabra.
Mío Cid picó el caballo, a la puerta se acercaba,
el pie sacó del estribo, y con él gran golpe daba,
pero no se abrió la puerta, que estaba muy bien cerrada.
La niña de nueve años muy cerca del Cid se para:
"Campeador que en bendita hora ceñiste la espada,
el rey lo ha vedado, anoche a Burgos llegó su carta,
con severas prevenciones y fuertemente sellada.
No nos atrevemos, Cid, a darte asilo por nada,
porque si no perderíamos los haberes y las casas,
perderíamos también los ojos de nuestras caras.
Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada.
Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas”.
Esto lo dijo la niña y se volvió hacia su casa.
Bien claro ha visto Ruy Díaz que del rey no espere gracia.
De allí se aparta, por Burgos a buen paso atravesaba,
a Santa María llega, del caballo descabalga,
22 a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó. ¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor! Y de los labios de todos sale la misma razón: "¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!" 4 [Nadie hospeda al Cid. Sólo una niñ a le dirige la palabra para mandarle alejarse. El Cid se ve obligado a acampar fuera de la población, en la glera] De grado le albergarían, pero ninguna lo osaba, que a Ruy Díaz de Vivar le tiene el rey mucha saña. La noche pasada a Burgos llevaron una real carta con severas prevenciones y fuertemente sellada mandando que a Mío Cid nadie le diese posada, que si alguno se la da sepa lo que le esperaba: sus haberes perdería, más los ojos de la cara, y además se perdería salvación de cuerpo y alma. Gran dolor tienen en Burgos; todas las gentes cristianas de Mío Cid se escondían: no pueden decirle nada. Se dirige Mío Cid adonde siempre paraba; Cuando a la puerta llegó se la encuentra bien cerrada. Por miedo del rey Alfonso acordaron los de casa que como el Cid no la rompa no se la abrirán por nada. La gente de Mío Cid a grandes voces llamaba, los de dentro no querían contestar una palabra. Mío Cid picó el caballo, a la puerta se acercaba, el pie sacó del estribo, y con é l gran golpe daba, pero no se abrió la puerta, que estaba muy bien cerrada. La niña de nueve años muy cerca del Cid se para: "Campeador que en bendita hora ceñiste la espada, el rey lo ha vedado, anoche a Burgos llegó su carta, con severas prevenciones y fuertemente sellada. No nos atrevemos, Cid, a darte asilo por nada, porque si no perderíamos los haberes y las casas, perderíamos tambié n los ojos de nuestras caras. Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada. Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas”. Esto lo dijo la niña y se volvió hacia su casa. Bien claro ha visto Ruy Díaz que del rey no espere gracia. De allí se aparta, por Burgos a buen paso atravesaba, a Santa María llega, del caballo descabalga,