Живопись Испании. Гойя. Корнева В.В. - 17 стр.

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Es posible también que, además, el ascendiente de su padre,
siempre al lado del arte, como maestro dorador (de cuadros y esculturas
de madera), le afinara su espíritu en medio de la atmósfera que se
respiraba entonces, la Idea de una nueva historia general de la América
septentrional, la iniciación de las excavaciones de las ruinas de Pompeya.
Toda Europa era o guerra o amor a la belleza. Comenzaba ya la Edad
Moderna.
Goya tenía a su alrededor todos los elementos con los que un
pintor puede contar para su formación: la sensibilidad de su padre como
artista-dorador y el amor de su madre, quien siempre le apoyó.
Fue José Luzán, otro zaragozano emigrado y educado en Nápoles
(Nápoles entonces era España, pero con alma distinta), quien inculcó en
el joven maño el instinto por los colores y las figuras. Apenas con veinte
años, Goya cogió los bártulos y escapó a la Villa y Corte, a Madrid,
patria ya de todos los genios españoles. Otro paisano suyo, Francisco
Bayeu, discípulo de Mengs, le dio cobijo en su taller. Pero Goya se fue a
Italia con lo puesto, ya que los biógrafos aseguran que tuvo que vestirse
de torero para pagarse el viaje. Seguro que lo haría como nadie, porque
demostró que entendía de toros como de tantas otras cosas.
¿Toreó en Roma? Eso nunca se ha sabido. Sí ganó un premio de pintura
organizado por la Academia de Parma, un segundo galardón que, a su
edad y en aquellos tiempos, no estaba nada mal. Volvió a Zaragoza, quizá
un poco decepcionado, porque había pedido una beca de estudios en la
Real Academia de San Fernando y no se la dieron. Se estableció por su
cuenta en tierras aragonesas: le encargaron decorar la bóveda del coro de
la Basílica del Pilar. En 1773 Goya se casó con Josefa Bayeu; con ella
tuvo siete hijos, de los que sólo sobrevivió uno, Francisco Javier.
A los 27 añós, el genio argonés realizó su autorretrato, que le ha
dado fama en extremo. Con gran maestía reflejó la fuerza de su rostro,
quizá también la intensa vibración de su alma, que evidenciaba su
genialidad.
Entre abril y noviembre realiza las pinturas de Aula Dei, cuyos
óleos, en opinión de José Gudiol, "patentizan la eficacia de su sentido del
espacio, y su arte de sugerir efectos con la mayor economía de
elementos. Lo que logró sin insistencias de pinceladas sólo es posible en
un intuitivo de su talla. Estos extraordinarios murales, una de las obras
maestras de la pintura española, cierran el primer ciclo de la vida de
Goya".
Goya y Josefa Bayeu se trasladaron definitivamente a Madrid. Allí
empezó a realizar los cartones de la serie de tapices que servirían para
decorar el comedor del Príncipe de Asturias.
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       Es posible también que, además, el ascendiente de su padre,
siempre al lado del arte, como maestro dorador (de cuadros y esculturas
de madera), le afinara su espíritu en medio de la atmósfera que se
respiraba entonces, la Idea de una nueva historia general de la América
septentrional, la iniciación de las excavaciones de las ruinas de Pompeya.
Toda Europa era o guerra o amor a la belleza. Comenzaba ya la Edad
Moderna.
       Goya tenía a su alrededor todos los elementos con los que un
pintor puede contar para su formación: la sensibilidad de su padre como
artista-dorador y el amor de su madre, quien siempre le apoyó.
       Fue José Luzán, otro zaragozano emigrado y educado en Nápoles
(Nápoles entonces era España, pero con alma distinta), quien inculcó en
el joven maño el instinto por los colores y las figuras. Apenas con veinte
años, Goya cogió los bártulos y escapó a la Villa y Corte, a Madrid,
patria ya de todos los genios españoles. Otro paisano suyo, Francisco
Bayeu, discípulo de Mengs, le dio cobijo en su taller. Pero Goya se fue a
Italia con lo puesto, ya que los biógrafos aseguran que tuvo que vestirse
de torero para pagarse el viaje. Seguro que lo haría como nadie, porque
demostró que entendía de toros como de tantas otras cosas.

¿Toreó en Roma? Eso nunca se ha sabido. Sí ganó un premio de pintura
organizado por la Academia de Parma, un segundo galardón que, a su
edad y en aquellos tiempos, no estaba nada mal. Volvió a Zaragoza, quizá
un poco decepcionado, porque había pedido una beca de estudios en la
Real Academia de San Fernando y no se la dieron. Se estableció por su
cuenta en tierras aragonesas: le encargaron decorar la bóveda del coro de
la Basílica del Pilar. En 1773 Goya se casó con Josefa Bayeu; con ella
tuvo siete hijos, de los que sólo sobrevivió uno, Francisco Javier.
       A los 27 añós, el genio argonés realizó su autorretrato, que le ha
dado fama en extremo. Con gran maestía reflejó la fuerza de su rostro,
quizá también la intensa vibración de su alma, que evidenciaba su
genialidad.
       Entre abril y noviembre realiza las pinturas de Aula Dei, cuyos
óleos, en opinión de José Gudiol, "patentizan la eficacia de su sentido del
espacio, y su arte de sugerir efectos con la mayor economía de
elementos. Lo que logró sin insistencias de pinceladas sólo es posible en
un intuitivo de su talla. Estos extraordinarios murales, una de las obras
maestras de la pintura española, cierran el primer ciclo de la vida de
Goya".
       Goya y Josefa Bayeu se trasladaron definitivamente a Madrid. Allí
empezó a realizar los cartones de la serie de tapices que servirían para
decorar el comedor del Príncipe de Asturias.