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con el recurso de figuras mitológicas hasta alcanzar lo apoteósico, Velázquez
renunció a esos complimentos. Su retrato ecuestre de Felipe IV es
eminentemente objetivo y sin embargo llena a caballidad las exigencias
convencionales en forma brillante. Caballo y jinete aparecen casi completamente
de perfil sobre el fondo del paisaje. El noble caballo español, lleno de
temperamento y en cuyas venas corre sangre árabe, no resulta menos retratado
que el rey. El grupo adquiere contornos de monumento gracias a la Pesade, esa
figura de la alta escuela de equitación en que el caballo levanta las patas
delanteras y permanece por algunos instantes en esa posición.
El Papa Inocencio X (1650)
Durante su permamencia en Roma le fue hecho a Velázquez el encargo,
particularmente honroso para un extranjero, de retratar al Pontífice.
Aparece el retratado en su sillón; sus ojos miran fijamente al espectador;
nos sentimos directamente interpelados y no podemos escapar a la sujestiva
mirada y a la casi amenazante cercanía. Los ojos son lo que más se destaca en el
rostro rudo y feo. Son los ojos de un hombre calculador, desconfiado, que parece
extraño a todo calor y confianza. Los labios delgados casi aparecen apretados y
refuerzan la impresión de reserva, a la vez que ponen de manifiesto la incansable
energía y capacidad de acción de un hombre que sabe imponer su voluntad
contra todas las resistencias. "Es demasiado verdadero", habría dicho el Papa al
ver el cuadro. La paleta consta solo de rojo y blanco, pero ambos colores, bajo el
torrente de luz, son matizados en una forma tan variada que surge un timbre de
embriagadora riqueza.
Felipe IV, cazador (1634-1636)
El retrato del rey muestra al monarca, llevando una larga escopeta
inclinada en diagonal en su mano, y a su perro ocupando todo el lado izquierdo
de la composición. Como telón de fondo, un grueso roble cuyas ramas ocupan
casi toda la parte superior del lienzo. La parte derecha está reservada a un
paisaje montañoso cubierto por un cielo gris plateado. Los arrepentimientos en
la figura de Felipe IV, sobre todo en las piernas, mano izquierda y en el cañon
de la escopeta, son notables.
El Cardenal Infante Don Fernando de Austria (1632-1635)
D.Fernando, hijo de Felipe III y de Margarita de Austria, fue gobernador
de Flandes desde 1634 hasta su muerte ocurrida en 1641: Gran aficionado a la
caza, Velázquez le representa aquí, de cazador, muy esbelto, ocupando con su
verticalidad toda la parte izquierda del lienzo. Junto a él un podenco color canela
11 con el recurso de figuras mitológicas hasta alcanzar lo apoteósico, Velázquez renunció a esos complimentos. Su retrato ecuestre de Felipe IV es eminentemente objetivo y sin embargo llena a caballidad las exigencias convencionales en forma brillante. Caballo y jinete aparecen casi completamente de perfil sobre el fondo del paisaje. El noble caballo español, lleno de temperamento y en cuyas venas corre sangre árabe, no resulta menos retratado que el rey. El grupo adquiere contornos de monumento gracias a la Pesade, esa figura de la alta escuela de equitación en que el caballo levanta las patas delanteras y permanece por algunos instantes en esa posición. El Papa Inocencio X (1650) Durante su permamencia en Roma le fue hecho a Velázquez el encargo, particularmente honroso para un extranjero, de retratar al Pontífice. Aparece el retratado en su sillón; sus ojos miran fijamente al espectador; nos sentimos directamente interpelados y no podemos escapar a la sujestiva mirada y a la casi amenazante cercanía. Los ojos son lo que más se destaca en el rostro rudo y feo. Son los ojos de un hombre calculador, desconfiado, que parece extraño a todo calor y confianza. Los labios delgados casi aparecen apretados y refuerzan la impresión de reserva, a la vez que ponen de manifiesto la incansable energía y capacidad de acción de un hombre que sabe imponer su voluntad contra todas las resistencias. "Es demasiado verdadero", habría dicho el Papa al ver el cuadro. La paleta consta solo de rojo y blanco, pero ambos colores, bajo el torrente de luz, son matizados en una forma tan variada que surge un timbre de embriagadora riqueza. Felipe IV, cazador (1634-1636) El retrato del rey muestra al monarca, llevando una larga escopeta inclinada en diagonal en su mano, y a su perro ocupando todo el lado izquierdo de la composición. Como telón de fondo, un grueso roble cuyas ramas ocupan casi toda la parte superior del lienzo. La parte derecha está reservada a un paisaje montañoso cubierto por un cielo gris plateado. Los arrepentimientos en la figura de Felipe IV, sobre todo en las piernas, mano izquierda y en el cañon de la escopeta, son notables. El Cardenal Infante Don Fernando de Austria (1632-1635) D.Fernando, hijo de Felipe III y de Margarita de Austria, fue gobernador de Flandes desde 1634 hasta su muerte ocurrida en 1641: Gran aficionado a la caza, Velázquez le representa aquí, de cazador, muy esbelto, ocupando con su verticalidad toda la parte izquierda del lienzo. Junto a él un podenco color canela
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